En el siglo XXI todavía hay países en los que es legal que las
mujeres no puedan conducir, sean desfiguradas con ácido por rechazar a
un hombre o sean ejecutadas porque las han violado y eso supone un
deshonor para la familia. Semejante demostración de violencia machista
llena de repugnancia a cualquiera que esté en su sano juicio.
Sinceramente, cuando soy testigo de tamañas aberraciones es cuando
pienso que la ley del talión es la forma idónea de justicia contra los
agresores. No olvidemos que la justicia, como bien definió Aristóteles,
es aquello que iguala las cosas desiguales.
Pero como no está en
mi mano poder dar su merecido a los cobardes miserables que agreden a
las mujeres, haré una defensa de la necesidad del feminismo, del porqué
de su rebeldía y su sentido común.
El feminismo está bien estructurado y fundamentado. No es, como piensan muchos, una simple reacción a un acto machista.
Por
lo común una ética adviene cuando previamente se ha presentado un
momento relativista precipitado por el contacto entre culturas. La ética
intenta restañar la situación apelando a la invención de principios más
generales de validez universal. Las éticas inauguran un tipo de
razonamiento que se establece también en la vida política y da lugar al
discurso corriente de la ciudadanía. Y en este punto es donde el nexo
entre feminismo y ética se revela con mayor claridad.
El feminismo
es un producto del racionalismo aplicado a la tarea de disolver uno de
los núcleos normativos más sólidos: el que establece la moral
diferencial en función del sexo. Lo hace elevando a la discusión en
clave ética y política las pautas heredadas y deslegitimándolas. Esto
ocurre cuando se deja de vivir la propia normativa como si fuera
espontánea o natural.
La
eticidad podemos reconocerla ahora en todos los aspectos normativos tan
asumidos por todos que no necesitan por lo común ser explícitos.
Varones y mujeres se visten de modo diferente, se expresan y han de
expresarse de modo diferente. Ningún grupo humano ha visto con buenos
ojos un proceso de aglutinación e indiferencia de estas normas basales.
Las relaciones en que estén los sexos y que cada comunidad considere
óptimas pueden variar, pero lo que no varía es que la existencia de la
comunidad siempre ha implicado normativas diferentes en función del
sexo.
Casi todo el repertorio de nuestras ideas se gestó en la
Ilustración. En ese mismo momento el feminismo comenzó a operar como una
ética política capaz de deslegitimar y disolver los modos de la
eticidad heredada. Empezó con la libertad de elección de estado y acceso
ilimitado al saber.
En la filosofía moral contemporánea ha tenido presencia una
distinción entre la ética de las normas y la ética del cuidado. Kohlberg
encontró diferencias significativas entre la forma en que los varones y
mujeres abordaban los mandatos morales: ellos solían fijarse en la
noción de derechos individuales y en los criterios universales de
justicia, y ellas estaban situadas en un marco emocional caracterizado
por ser responsables del mundo próximo: familia, una misma…
Por el
contrario, Gilligan sostuvo la existencia de un ética diferencial entre
mujeres y varones. El argumento de Gilligan es
que lo que Kohlberg supone estadios del desarrollo humano son sólo
rasgos de la moral masculina. Lo que Gilligan mantiene que es una moral
diferente femenina, “ética del cuidado”, es toda la larga serie de deberes
inargumentados asociados además con fuertes sentimientos de
responsabilidad y culpa que caracteriza a las morales previas a la
libertad de conciencia.
El feminismo es un universalismo y un
adherente a la idea de derechos individuales. Por tales rasgos resulta
un disolvente para la eticidad y ha convertido en opresión política lo
que era sin más admitido antes como buenas costumbres. En el sustrato
teórico el feminismo se ha servido de fuentes muy próximas a las del
multiculturalismo: el relativismo cultural: contra la idea de que los
rasgos que una cultura atribuye a lo femenino son “naturales”, basta con
invocar a otra que los sitúe de otra manera.
El multiculturalismo
suele utilizar la faz más extrema del relativismo: si cada cosa es
simplemente un rasgo de cultura, defendible en su contexto, si todo vale
lo mismo, cualquier principio moral o político queda abrogado.
La
demanda de respetar la diferencia cultural nos puede llevar a pasar por
la violación de derechos individuales inalienables como el derecho a la
libertad, el derecho a la integridad física, el derecho a la educación…
todo ello avalado por instancias religiosas y políticas, y cuyo
resultado es que la mayor parte de las mujeres del planeta no ha
adquirido todavía el estatuto de individuos de pleno derecho.
Para concluir, me gustaría referirme a la relación entre ética y estética.
El vestido ha sido jerarquizado y genérico. Al lado de una rebelión
ética siempre se produce una rebelión estética. Si queremos saber la
verdadera capacidad de penetración del nuevo trasfondo de ideas, hemos
de acudir a los números masivos expresados por la moda.
Un signo se
porta estéticamente cuando su anterior carga ética está desactivada. El
cúmulo de innovación estética nos avisa de la innovación ética
subyacente y nos advierte de que cuando el choque cultural se produce
por un signo estético lo que ocurre es que tal signo no es meramente
estético. Nuestras sociedades a medida que desmotaban su eticidad
heredada, han educido éticas que les sirven de guía, pero también han
traducido a estética la carga ética de las identidades previas, es
decir, las identidades presentes en las sociedades occidentales son
identidades posilustradas. El feminismo puede convivir con este tipo de
identidades, pero es imposible que lo haga con identidades cuya carga de
eticidad diferencial en función del género no ha sido desactivada por
principios que supongan la individualidad y el universalismo. Por ello
el feminismo, como parte fundamental de la teoría valorativa de la
democracia, tiene abierto el debate del multiculturalismo que no puede
ser evitado.
La
ética se afana en incorporar los términos del debate multicultural y
realizar con ellos los debidos ajustes y el feminismo se ve en el deber
de recordar a la democracia el respeto a sus propios principios.
El
feminismo es un universalismo, una ética adherida a las ideas de
universalidad y de simetría. Por eso solo puede admitir diferencias
asumibles que contemplen el mínimo común del respeto a los derechos
individuales.
El feminismo tiene que ser constante, mantener en
tensión a la sociedad para que no se baje la guardia. Los derechos
conquistados en años, se pueden perder de un plumazo.
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